Esta es la historia de un hombre que no creía en el amor. Él estaba convencido de que el amor no existía. Había acumulado
mucha experiencia en su intento de encontrar el amor, por supuesto, y observado a la
gente que tenía a su alrededor. Se había pasado buena parte de su vida intentando
encontrar el amor y había acabado por descubrir que el amor no existía.
Solía explicarle a la gente que el amor era una invención de los poetas, una invención de las religiones que intentaban manipular la débil mente de los seres humanos para controlarlos y convertirlos
en creyentes. que donde fuera que buscarán nunca encontraría el amor.
Este hombre tenía una gran inteligencia y resultaba muy convincente. Había leído
muchos libros, estudiado en las mejores universidades y se había convertido en un
erudito respetado. Era capaz, en cualquier parte y ante cualquier audiencia, de defender
con contundencia su razonamiento. Él preguntaba: ¿Dónde está el respeto? ¿Dónde está el amor
que aseguran tenerse? No hay amor.
Las parejas jóvenes se hacen un sinfín de
promesas mutuas delante del representante de Dios, de sus familias y de sus amigos:
vivir juntos para siempre, amarse y respetarse, estar junto al otro en lo bueno y en lo
malo. Prometen amarse y honrarse y mucho más. Pero, una vez casados -pasada una
semana, un mes o unos cuantos meses-, ya se puede ver que no mantienen ninguna de
esas promesas.
Solo puedo decir que el amor es una guerra por el poder. y se base en la sobrevivencia. Cuando llegan a una estabilidad , solo significa que uno de ellos se
rindió ante el otro; en un momento determinado ella renunció y decidió soportar el
sufrimiento. El que tenía mayor empeño y menor necesidad de los dos ganó la guerra,
pero ¿dónde está la llama que denominan amor? Se tratan el uno al otro como si fuesen
una posesión: «Ella es mía». «Él es mío.»
Sin embargo, un día, este hombre salió a dar un paseo por un parque, donde se
encontró, sentada en un banco, a una hermosa mujer que estaba llorando y sintió curiosidad, se sentó a su lado y le preguntó si podía ayudarla.
También le preguntó por qué lloraba. Puedes imaginar su sorpresa cuando ella le
respondió que estaba llorando porque el amor no existía. Él dijo: «Esto es increíble:
¡una mujer que cree que el amor no existe!». Por supuesto, quiso saber más cosas de
ella.
Bueno, es una larga historia -replicó ella-. Me casé cuando era muy joven, estaba
muy enamorada, llena de ilusiones y tenía la esperanza de compartir mi vida con el que
se convirtió en mi marido. Nos juramos fidelidad, respeto y honrarnos el uno al otro, y
así creamos una familia.
Pero, pronto, todo empezó a cambiar. Yo me convertí en la
típica mujer consagrada al cuidado de los hijos y de la casa. Mi marido continuó
progresando en su profesión y su éxito e imagen fuera del hogar se volvió para él en
algo más importante que su propia familia. Me perdió el respeto y yo se lo perdí a él.
Nos heríamos el uno al otro, y en un momento determinado, descubrí que no le quería
y que él tampoco me quería a mí.
»Pero los niños necesitaban un padre y esa fue la excusa que utilicé para continuar
manteniendo la relación y apoyarle en todo. Ahora los niños han crecido y se han
independizado.
Ya no tengo ninguna excusa para seguir junto a él. Entre nosotros no
hay respeto ni amabilidad. Sé que, aunque encontrase a otra persona, sería lo mismo,
porque el amor no existe. No tiene sentido buscar algo que no existe. Esa es la razón
por la que estoy llorando.
-Tiene razón, el amor no existe. Buscamos el amor, abrimos nuestro corazón, nos
volvemos vulnerables y lo único que encontramos es egoísmo. Y, aunque creamos que
no nos dolerá, nos duele. No importa cuántas relaciones iniciemos; siempre ocurre lo
mismo. Entonces ¿para qué seguir buscando el amor?
Se parecían tanto que pronto trabaron una gran amistad, la mejor que habían
tenido jamás. Era una relación maravillosa. Se respetaban mutuamente y nunca se
humillaban el uno al otro. Cada paso que daban juntos les llenaba de felicidad. Entre
ellos no había ni envidia ni celos, no se controlaban el uno al otro y tampoco se sentían
poseedores el uno del otro. La relación continuó creciendo más y más. Les encantaba
estar juntos porque, en esos momentos, se divertían mucho. Además, siempre que
estaban separados se echaban de menos.
Un día él, durante un viaje que lo había llevado fuera de la ciudad, tuvo una idea
verdaderamente extraña. Pensó: «Mmm, tal vez lo que siento por ella es amor. Pero
esto resulta muy distinto de todo lo que he sentido anteriormente. No es lo que los
poetas dicen que es, no es lo que la religión dice que es, porque yo no soy responsable
de ella. No tomo nada de ella; no siento la necesidad de que ella cuide de mí; no
necesito echarle la culpa de mis problemas ni echarle encima mis desdichas. Juntos es
cuando mejor lo pasamos; disfrutamos el uno del otro. Respeto su forma de pensar,
sus sentimientos. Ella no hace que me sienta avergonzado; no me molesta en absoluto.
No me siento celoso cuando está con otras personas; no siento envidia de sus éxitos.
Tal vez el amor sí existe, pero no es lo que todo el mundo piensa que es».
Tras compartirlo con ella, ella le dijo:«Sé exactamente lo que me quieres decir.
Hace tiempo que vengo pensando lo mismo, pero no quise compartirlo contigo
porque sé que no crees en el amor. Quizás el amor sí que existe, pero no es lo que
creíamos que era». Decidieron convertirse en amantes y vivir juntos, e increíblemente,
las cosas no cambiaron entre ellos. Continuaron respetándose el uno al otro,
apoyándose, y el amor siguió creciendo cada vez más. Eran tan felices que incluso las
cosas más sencillas les provocaban un canto de amor en su corazón.
El amor que sentía él llenaba de tal modo su corazón que, una noche, le ocurrió un
gran milagro. Estaba mirando las estrellas y descubrió, entre ellas, la más bella de todas;
su amor era tan grande que la estrella empezó a descender del cielo, y al cabo de poco
tiempo, la tuvo en sus manos. Después sucedió otro milagro, y entonces, su alma se
fundió con aquella estrella. Se sintió tan inmensamente feliz que apenas fue capaz de
esperar para correr hacia la mujer y depositarle la estrella en sus manos, como una
prueba del amor que sentía por ella.
Pero en el mismo momento en el que le puso la
estrella en sus manos, ella sintió una duda: pensó que ese amor resultaba arrollador, y
en ese instante, la estrella se le cayó de las manos y se rompió en un millón de
pequeños fragmentos.
Ahora, un hombre viejo anda por el mundo jurando que no existe el amor, y una
hermosa mujer mayor espera a un hombre en su hogar, derramando lágrimas por un
paraíso que una vez tuvo en sus manos pero que, por un momento de duda, perdió.
Esta es la historia del hombre que no creía en el amor.
¿Quién de los dos cometió el error? ¿Sabes qué es lo que no funcionó?
El que
cometió el error fue él al pensar que podía darle su felicidad a la mujer. La estrella era
su felicidad y su error fue poner su felicidad en las manos de ella. La felicidad nunca
proviene del exterior. Él era feliz por el amor que emanaba de su interior; ella era feliz
por el amor que emanaba de sí misma. Pero, tan pronto como él la hizo responsable de
su felicidad, ella rompió la estrella porque no podía responsabilizarse de la felicidad de
él.
No importa cuánto amase la mujer al hombre, nunca hubiera podido hacerle feliz
porque nunca hubiese podido saber qué es lo que él quería. Nunca hubiera podido
conocer cuáles eran sus expectativas porque no podía conocer sus sueños.
Si tomas tu felicidad y la pones en manos de alguien, más tarde o más temprano, la
romperá. Si le das tu felicidad a otra persona, siempre podrá llevársela con ella. Y como
la felicidad sólo puede provenir de tu interior y es resultado de tu amor, sólo tú eres
responsable de tu propia felicidad. Jamás podemos responsabilizar a otra persona de
nuestra propia felicidad, aunque cuando acudimos a la iglesia para casarnos, lo primero
que hacemos es intercambiar los anillos. Colocamos la estrella en manos de la otra
persona con la esperanza de que nos haga felices y de que nosotros la haremos feliz a
ella. No importa cuánto ames a alguien, nunca serás lo que esa persona quiere que seas.